domingo, 22 de agosto de 2010

La Falsa Donación Post Mortem de los "Súper Ricos" Manuel Freytas IAR Noticias

Algo así como decir "nos vamos de este mundo, pero con la conciencia tranquila". En una nueva estrategia de proyección de imagen, 40 súper millonarios encabezados por Bill Gates, Carlos Slim y Warren Buffet (los tres más ricos del planeta) firmaron el "Compromiso de Donar", una promesa ficticia de "donar" la mitad de sus fortunas luego de su muerte. Pero es solo una engañosa estrategia de marketing. La mayoría de ellos encabezan fundaciones "filantrópicas" que les sirven, entre otras cosas, para evadir impuestos y como plataforma de publicidad institucional para sus empresas. Además, dejar la mitad de sus fortunas a sus fundaciones filantrópicas (empresas capitalistas que desarrollan fabulosas evasiones de impuestos y alimentan multimillonarios negocios con la "solidaridad"), les permite ingresar en el nuevo marco estatutario del capitalismo de "rostro humanizado", la máxima escala de prestigio en la era del dominio imperial con "democracia y derechos humanos". Ni muerto, el capitalismo deja de facturar.

"Los ricos de EEUU han estado buscando nuevos símbolos de estatus luego de la Gran Recesión, los yates, aviones privados y mansiones están pasados de moda. Pero ser lo suficientemente rico y generoso como para entrar al Compromiso de Donar podría convertirse rápidamente en el máximo símbolo de estatus en EEUU y el extranjero", señala con increíble crudeza el Walll Street Journal, vocero emblemático del casino global de Wall Street.

Para el Journal, "Algunos podrían descartar este compromiso, considerándolo una estrategia publicitaria para mejorar las relaciones públicas de los súper ricos, las cuales necesitan pulirse. Sin embargo, la lista podría convertirse en una fuerte fuerza financiera para la filantropía, así sea sólo por la presión que ejerza sobre otros multimillonarios y la publicidad que genere".

El fundador de Oracle, Larry Ellison, se unirá al creador de La Guerra de las Galaxias George Lucas y a otros 38 multimillonarios en una iniciativa de Warren Buffett y Bill Gates para donar la mayoría de sus fortunas a fundaciones filantrópicas (todos tienen una) tras su muerte.

En la lista de "caritativos" acaudalados que se sumaron a The Giving Pledge –que podría traducirse como "La Promesa de Dar" - de Gates y Buffet, figuran el alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, el ejecutivo Barry Diller y uno de los cofundadores de Oracle, Larry Ellison, así como también el magnate mediático Ted Turner y David Rockefeller.

La increíble y farsesca lista de "donantes post mortem", incluye a nombres de lo peor del capitalismo especulativo promotor de la crisis global como Ronald O. Perelman; el fundador de Citigroup Sandy Weil y su esposa Joan; los "inversionistas" en fondos de cobertura Julian Robertson Jr. y Jim Simons y el gigante de fondos de capital privado David Rubenstein.

Los extremos que no se tocan

En EEUU residen más de 400 individuos o familias con más de mil millones de dólares, de acuerdo a la revista Forbes. Más del 45% de la población rica vive en EEUU.

Pese a la crisis económica-financiera mundial y la crisis social que genera la suba de precios de los alimentos y de la energía, las riquezas personales en todo el mundo crecieron un 5 por ciento a US$ 109,5 billones, según un informe sobre "riqueza mundial publicado en el 2008 por Boston Consulting Group (BCG).

Para ilustrar el macro-robo capitalista del producido mundial hay que señalar que la cifra acumulada, según el informe, de US$ 109,5 billones de riqueza acumulada en manos de los "millonarios" (con las súper-fortunas en la cima) se aproxima a casi dos veces el PBI mundial (la riqueza anual producida por todos los países) que ronda en los US$ 70 billones.

Pero, para dar una mejor idea de lo que significa, en términos de comparación, esta cifra de US$ 109,5 billones, hay que puntualizar que equivale a casi dos veces y media el PBI anual de EEUU y la Unión Europea, las dos potencias económicas centrales que concentran más del 45% de la producción mundial.

Para la prensa y los analistas del sistema el aumento de la pobreza mundial y el aumento de la riqueza no son procesos inversamente proporcionales que se retroalimentan a nivel de causa y efecto, el uno con el otro.

En este marco separatista, la pobreza que se expande a escala global, y la riqueza (activos empresariales y fortunas personales) que se concentra cada vez en menos manos, no tienen nada que ver una con la otra, y van por vías separadas.

Que las fortunas personales de los "más ricos" del ranking Forbes dupliquen el PBI mundial, "no tiene nada que ver" con la existencia de 3000 millones de personas (la mitad del planeta) que padecen "pobreza estructural", o de los más de 1000 millones que no cubren sus necesidades básicas de alimentación y supervivencia en el mundo.

Todo lo contrario, las grandes cadenas mediáticas y sus empleados comunicadores se deshacen en loas y en exclamaciones de admiración para estas máximas luminarias "exitosas" del capitalismo depredador, en cuya cima, las primeras 50 fortunas, equivalen a el ingreso robado a 460 millones de hambrientos, según la FAO.

Los medios internacionales sionistas, que esconden sistemáticamente la relación simbiótica pobreza-riqueza (una es consecuencia de la otra) comentan con "preocupación" como la crisis redujo el selecto club de súper millonarios del ranking Forbes que pasó de 1.125 miembros en 2008 a 793 en 2009.

En el año 2008, 500 multimillonarios sumaban una fortuna de casi tres billones de dólares, una cifra equivalente al presupuesto anual de EEUU, la mayor potencia imperialista del planeta, y a decenas de PBI (producción del pastel) anuales de países dependientes.

Mientras la crisis económica global desatada desde las economías centrales (EEUU y Europa) profundiza el hambre, la pobreza y la devaluación acentuada del poder adquisitivo de las mayorías a escala planetaria, un selecto grupo de mega-empresas y multimillonarios del ranking Forbes multiplican a escala sideral su activos empresariales y sus fortunas personales.

Son, junto a sus empresas transnacionales, los actores centrales (los generadores del hambre y la pobreza a escala global) que nunca aparecen en los informes y análisis oficiales que atribuyen las causas de las hambrunas y la marginación social no a la explotación capitalista sino a la "mala administración" de los gobiernos.

Los "súper-ricos", ejecutivos y accionistas de los grupos capitalistas que se reparten el mundo como si fuera un pastel, los que aparecen habitualmente retratados en los ranking del jet set decadente, conforman el resultante final de un proceso de acumulación de riqueza en pocas manos a costa de la crisis mundial y del achicamiento progresivo de la participación de las mayorías en el proceso de reparto de la producción mundial.

La prensa internacional (del sistema), sus periodistas y comentadores, difunden estas cifras, impresionantes y fantásticas, destilando una rara mezcla entre admiración y envidia por no estar en el lugar de los rankeados, a los que consideran personas tocadas por la "varita mágica" del éxito y el prestigio social.

De esta manera, los diarios, las radios y los canales televisivos ponen el acento de la "noticia" en la cifra de la fortuna de los tres sionistas que encabezan el ranking Forbes: Bill Gates, Warren Buffett y Carlos Slim.

Por supuesto que la prensa del sistema no aclara que el presupuesto de US$896 millones que la ONU y el BM destinan para "combatir la pobreza en el mundo" equivale sólo al 0, 8 % de la fortuna de estos tres hombres más ricos del mundo.

Fabricantes de hambre


Según la ONU, en el mundo ya hay más de 1.000 millones de personas que padecen hambre, la cifra más alta de la historia, y en todo el planeta hay 3.000 millones de desnutridos, lo que representa casi la mitad de la población mundial, de 6.500 millones.

Pero en la realidad, la producción de alimentos está fuera de la órbita del control estatal de los gobiernos.

Despojados de su condición de "bien social" de supervivencia, esos recursos se convierten en mercancía capitalista con un valor fijado por la especulación en el mercado, y los precios no se fijan sólo por la demanda del consumo masivo, sino básicamente por la demanda especulativa en los mercados financieros y agro-energéticos.

Y los gobiernos, al no tener poder de gerenciación sobre sus recursos agroenergéticos se convierten en títeres de las corporaciones que los controlan y que se apoderan de la renta del producido por el trabajo social de esos países.

Los recursos esenciales para la supervivencia están supeditados a la lógica de rentabilidad capitalista de un puñado de corporaciones trasnacionales (con capacidad informática, financiera y tecnológica) que los controlan a nivel global, y con protección militar-nuclear de EEUU y las superpotencias.

En ese escenario, la producción y comercialización de alimentos no está supeditada a la lógica del "bien social", sino a la más cruda lógica de la rentabilidad capitalista.

Según la propia FAO, diez corporaciones trasnacionales controlan actualmente el 80% del comercio mundial de los alimentos básicos, y similar número de mega empresas controlan el mercado internacional del petróleo, de cuyo impulso especulativo se nutre el proceso de suba de los alimentos, causal de la hambruna, que se extiende por todo el planeta.

Entre los primeros pulpos trasnacionales de la alimentación, se encuentran la empresa suiza Nestlé SA., la francesa Groupe Danone SA. y la Monsanto Co., que lideran mundialmente la comercialización de alimentos y que, además de controlar la comercialización y las fuentes de producción, poseen todos los derechos a escala global sobre semillas e insumos agrícolas.

El Programa para hacer frente a la crisis mundial de alimentos, (GFRP, por sus siglas en inglés) desarrollado por el Banco Mundial no alcanza ni siquiera al 1% de la suma acumulada por los tres capitalistas más ricos, pero esto no es "noticia" para la prensa sionista imperial.

Mientras las potencias capitalistas centrales se concentran en "combatir la pobreza" con un presupuesto de US$ 896 millones, los primeros veinte supermillonarios de la lista Forbes concentran juntos una cifra de más de US$ 400.000 millones.

Esa cifra (en manos de sólo veinte personas) equivale casi al PBI completo de Sudáfrica, la economía central de Africa, cuya producción equivale a un cuarto de la producción total africana.

Mientras 20 súper multimillonarios acumulan una fortuna equivalente a un cuarto de la producción total africana, según la FAO, en el África subsahariana, una de cada tres personas (236 millones en 2007) sufre de desnutrición crónica.

La gran mayoría de las personas desnutridas en el mundo (mil millones) vive en países en desarrollo, según la FAO, y de ellas, el 65 por ciento se concentra en siete países: la India, China, la República Democrática del Congo, Bangladesh, Indonesia, Pakistán y Etiopía. Casi dos tercios (583 millones en 2007) de los hambrientos del mundo viven en Asia.

Como contrapartida (y demostración de lo que produce el capitalismo), esas zonas marcadas por una altísima y creciente concentración de hambre y pobreza, figuran en las estadísticas económicas mundiales como las mayores generadoras de riqueza y rentabilidad empresarial capitalista de los últimos diez años.

Tanto el "milagro asiático" como el "milagro latinoamericano" (del crecimiento económico sin reparto social) se construyeron con mano de obra esclava y con salarios en negro. Esto lleva a que, al caerse el "modelo" por efecto de la crisis recesiva global, el grueso de la crisis social emergente con despidos laborales en masa se vuelque en esas regiones.

Pero de esta cuestión estratégica, vital para la comprensión de la crisis global y de su impacto social masivo en el planeta, la prensa internacional no se ocupa. Los medios locales e internacionales están ocupados en dilucidar la disminución de las fortunas de los ricos y la pérdida de rentabilidad de las empresas.

Y se cumple el axioma de máxima del sistema capitalista: Pobreza y riqueza, son extremos que no se tocan.

Si se tocaran, las mayorías hambrientas comprenderían quién es su verdugo y los ricos perderían su impunidad.
Según acaba de aparecer pomposamente anunciado en la prensa en días pasados, “cuarenta empresarios en Estados Unidos prometieron donar, por lo menos, la mitad de sus fortunas a obras de caridad, en vida o después de muertos, gracias a una campaña del inversor Warren Buffett y el fundador de Microsoft, Bill Gates y su esposa Melinda Gates”. La iniciativa, denominada The giving pledge (“La promesa de donar”), ha atraído a varios connotados magnates.

A partir de la carta que los promotores de este proyecto hicieran llegar a quienes figuran en la lista de los multimillonarios Forbes, una buena cantidad de acaudalados dio su respuesta afirmativa. De momento ya son 38 los que se han sumado: el alcalde de Nueva York y financista Michael Bloomberg; el ejecutivo del mundo del entretenimiento Barry Diller; el cofundador de Oracle Larry Ellison; el magnate petrolero T. Boone Pickens; el fundador de CNN Ted Turner; el creador de la saga “Star Wars” George Lucas; el heredero de los hoteles Hilton, Barron Hilton; el banquero David Rockefeller, entre otros. Algunos otros archimillonarios, como el mexicano Carlos Slim –considerado en estos momentos “el hombre más rico del mundo”, con una fortuna estimada en 53.500 millones de dólares– rechazaron la propuesta.

De acuerdo a lo manifestado por uno de los promotores de la iniciativa, Buffett: “cuarenta de las familias y personas más ricas de Estados Unidos se declararon dispuestas a gastar la mayor parte de su fortuna con fines caritativos”.
Los patrimonios de estos 40 millonarios, sumados, rondan los 230 mil millones de dólares. “Si uno quiere hacer algo por sus hijos y demostrarles amor, lo mejor es apoyar a esas organizaciones que se ocupan de lograr un mundo mejor para uno y sus hijos”, declaró el fundador del imperio financiero Michael Bloomberg al sumarse a la cruzada. “No hay un contrato jurídico, es una promesa moral”, explicó por su parte Warren Buffett para describir cómo funcionaría el proyecto.

Valga agregar que en Estados Unidos hay alrededor de 400 fortunas que superan los 1.000 millones de dólares cada una, lo que representa 40 % de los patrimonios de este nivel existentes en el mundo. Con esta iniciativa, calcula la revista Fortune, se podrían recaudar 600.000 millones de dólares.

La medida anunciada abre interrogantes: ¿se volvieron locos estos millonarios? ¿Es una estrategia fríamente calculada de la que aún no sabemos dónde apunta en realidad? ¿Hay un proyecto político tras todo esto? ¿Es un negocio más, bien montado, que más allá de la declarada filantropía, les dará más ganancias aún a sus protagonistas? ¿Es un chiste de mal gusto, una explosión de arrogancia y fanfarronería? ¿Sentimiento de culpa? Esto último es lo menos probable.
Independientemente de la(s) respuesta(s) que puedan darse al respecto, la ocasión puede ser buena para plantearse otros interrogantes más de fondo: ¿cómo se logra el desarrollo? ¿Es posible concebirlo a partir de donaciones, de filantropía, de “buenas acciones” caritativas?

Digamos al respecto que –según me informé en la agencia Ria Novosti– Carlos Slim, “el magnate mexicano, gasta más de 5.000 millones de dólares anualmente en programas sociales a través de los fondos Telmex y Fundación Carlos Slim, con lo que paga los estudios universitarios de más de 165.000 jóvenes mexicanos de familias pobres. Además, el empresario acaudalado asignó 4.000 millones de dólares a la realización de programas educativos y médicos para los jóvenes, y destina centenares de millones de dólares en el apoyo de pequeñas empresas en México y toda América Latina”. ¿Es eso fomento al desarrollo? ¿Qué región del continente cambió realmente su situación con estas ayudas?

Desde terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, la potencia hegemónica, Estados Unidos, viene “ayudando” al desarrollo en distintas partes del mundo: en la Europa destruía por el conflicto bélico, con el legendario Plan Marshall, que salvó al viejo mundo del “peligro soviético” con una multimillonaria intervención que, a decir de Noam Chomsky, más bien “creó el marco para la inversión de grandes cantidades de dinero estadounidense en Europa, estableciendo la base para las multinacionales modernas”. Si Europa Occidental fue favorecida con ese aluvión de dólares en los primeros años de la post guerra, hasta el 51 más precisamente, el principal favorecido fue el capitalismo estadounidense. Es decir: una ayuda que tuvo más autoayuda que otra cosa.

En otras áreas del globo, el Norte desarrollado –siendo Estados Unidos el primero a través de su ya histórica Alianza para el Progreso en los años 60 del pasado siglo bajo la administración de John F. Kennedy, sumándose luego las potencias europeas y Japón ya recuperadas de la Gran Guerra siguiendo el ejemplo de Washington– desde hace décadas viene ayudando al Sur. Las toneladas de comida que cayeron en paracaídas sobre las famélicas poblaciones africanas, o los millones de dólares que se invirtieron en los innumerables procesos post guerra en otros tantos innumerables países del Tercer Mundo; las cantidades de dinero puestas en programas de desarrollo y las cuantiosas donaciones que han llegado a las regiones más pobres del planeta, por lo que se ve no han sacado de la pobreza a nadie. Más allá de la quizá bienintencionada declaración de la Organización de Naciones Unidas de fomentar la paz y el progreso internacionales, estas contribuciones que han tenido lugar por espacio de medio siglo chocan con una realidad que las contradice: ninguna ayuda internacional ayudó a algún país pobre a dejar de ser tal.

Si los tigres asiáticos, por ejemplo, o China en su complejísimo “socialismo de mercado”, produjeron enormes saltos adelante en el orden al progreso –entendido al modo occidental, lo cual puede llevar a otro tipo de interrogantes que no tocaré aquí–, sin ningún lugar ello no tuvo en su base ninguna donación, ninguna acción caritativa ni filantrópica. Y si la Rusia semifeudal de 1917 pasó a ser potencia unos años después construyendo la primera revolución socialista de la historia, no fue por la caridad de nadie sino por el trabajo fecundo de su gente.

La caridad, la beneficencia, nunca desligadas de la compasión, sólo pueden servir para ratificar el estado de cosas dado. La filantropía necesita forzosamente la mano suplicante; una cosa es condición de la otra, y ambas se retroalimentan mutuamente. Y la condición final del proceso caritativo es que nada cambie. La limosna no está destinada a cambiar nada sino a ratificar el estado de cosas: al mendigo en su mendicidad, y a quien la otorga en su carácter de poseedor de algo. La limosna, la caridad, la filantropía irremediablemente alimentan el circuito de postración de quien la recibe. Esa es su estructura íntima.

La cooperación internacional que venimos viendo desde hace ya varias décadas no ha pasado nunca –ni podrá pasar– de su nivel de limosna, de hecho caritativo. Por supuesto que en su amplio marco pueden encontrarse espacios alternativos, y a veces funciona como elemento de avanzada que puede acompañar procesos de transformación real. Pero en términos generales no está concebida para ser factor de cambio sino para continuar manteniendo el statu quo. La caridad no se hace para cambiar nada, obviamente. Los mecanismos de cooperación internacional, en ese sentido, son instrumentos que están al servicio del mantenimiento del estado de cosas dado. De hecho, cuando surgen los primeros programas de ayuda de Estados Unidos en la década del 60 (como respuesta a la revolución cubana de 1959) se los concebía como “estrategias contrainsurgentes suaves, no militares”. Pasados los años, aunque ahora no se los nombre así, no dejan de ser eso: estrategias contrainsurgentes, mecanismos para continuar la sujeción. ¿Por qué una limosna podría dejar de ser eso?

Ahora bien: ¿por qué estos millonarios se proponen donar parte de su fortuna? (bueno, al menos eso declaran como “compromiso moral”, porque de firmar papeles, nada). Sea como fuera: chiste de humor negro o acto de fe, desgravación impositiva o estrategia contrainsurgente, no deja de ser patético. Si se trata de lograr “un mundo mejor”, como pide uno de los donantes, la caridad no es el camino. “No se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”, escribía Marx en 1850. Más allá de las ¿buenas? intenciones de unos cuantos magnates (el verdadero gobierno del mundo), las cosas no han cambiado en lo sustancial y la necesidad de cambio sigue siendo la misma de hace 150 años

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